Australia pone fin a casi una década de conservadurismo

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El laborista Anthony Albanese, de izquierdas y defensor de la comunidad LGTB, es elegido primer ministro

Fue criado en una vivienda de protección oficial por una madre soltera con una pensión de invalidez. De adolescente se enteró de que su padre, a quien creía muerto en un accidente de tráfico antes de su nacimiento, estaba vivo y con 30 años lo encontró en Italia. Es de izquierdas, defensor de la comunidad LGBT y apasionado del rugby. Aboga por un sistema de salud gratuito, por dar más voz a los pueblos indígenas, rechaza a cualquier solicitante de asilo que llegue en barco y considera que China es la principal amenaza para su país. Anthony Albanese, líder del Partido Laborista, será el nuevo primer ministro de Australia.

Este veterano político progresista de 59 años ha puesto fin a casi una década de Gobierno conservador, ganando en las urnas a la coalición Liberal-Nacional, encabezada por el primer ministro Scott Morrison, quien no renovará un segundo mandato de tres años.

Este sábado, 17 millones de australianos estaban convocados a las urnas. A diferencia de las elecciones en muchos países, en Australia el voto es obligatorio bajo una multa de 20 dólares australianos (14 euros) para quien decida quedarse en casa. Según el recuento hasta ahora, con poco más de la mitad de las papeletas contadas, el Partido Laborista de Albanese tiene asegurados 72 escaños, pero no es seguro aún que obtenga la mayoría absoluta de 76, por lo que tendrá que buscar alianzas en los próximos días entre los partidos minoritarios.

Albanese ha proclamado su victoria y ha declarado en su discurso: “El pueblo australiano ha votado por el cambio”. Además, ha anunciado que participará en la reunión de la alianza Quad el próximo martes.

Los pronósticos de las encuestas se han cumplido y los laboristas, situados en el espectro del centro-izquierda, han logrado echar a Morrison (54 años) después de una dura campaña electoral donde han pesado más las muchas polémicas que han rodeado al primer ministro saliente que sus aplaudidas políticas con la pandemia, al adoptar un enfoque estricto de fronteras cerradas frente al Covid, lo que ayudó a Australia a lograr una de las tasas de mortalidad más bajas del mundo. Después supo amoldarse con éxito a la estrategia occidental de aprender a convivir con el virus y lograr que la economía volviera a crecer a un ritmo prepandémico.

El timón de Australia lo cogerá un economista que se hizo con su primer escaño en 1996. En 2007, cuando los laboristas llegaron al poder con el ex premier Kevin Rudd, Albanese se convirtió en ministro de infraestructura y transporte. En la breve segunda etapa de Rudd, en 2013, fue ascendido a viceprimer ministro.

Durante la última legislatura al frente de la oposición, el líder ha prometido aumentar el gasto para mejorar el cuidado de ancianos del país, revitalizar la industria manufacturera, proporcionar cuidado infantil más barato y mejorar la equidad salarial de género. También se comprometió a celebrar un referéndum sobre la consagración en la constitución de una Voz Indígena en el Parlamento, un organismo asesor que daría a los aborígenes e isleños del Estrecho de Torres, que separa Australia de la isla de Nueva Guinea, un papel en la formulación de las políticas que los afectan.

DURAS POLÍTICAS MIGRATORIAS

Pero a pesar de las promesas de Albanese de ejecutar un liderazgo más social, muchos analistas sostienen que continuará las duras políticas migratorias de sus antecesores. El Gobierno australiano lleva desde 2013 trasladando a refugiados a campamentos aislados en pequeñas islas del Pacífico. En su informe anual de 2021 sobre personas refugiadas en Australia, Amnistía Internacional decía que al menos 241 refugiados y solicitantes de asilo se encontraban recluidos en centros de ultramar.

Morrison siempre defendió esa política y la endureció cuando llegó a Camberra, trasladando a la fuerza a muchos refugiados a improvisados centros de detención que se abrían en antiguos hoteles. En uno de Melbourne acabó detenido a principios de año el tenista serbio Novak Djokovic, quien protagonizó una histórica batalla judicial contra el Ejecutivo australiano para poder disputar el Open de Australia sin estar vacunado.

A ojos del mundo, Morrison ganó el partido judicial contra Djokovic al conseguir que finalmente lo deportaran. Pero esa partida contra el mejor tenista del mundo supuso un desgaste político para el primer ministro y muchas críticas entre su electorado. El hijo de un oficial de policía que creció en los suburbios costeros de Sidney, ha sido también arrastrado por escándalos como sus vacaciones en Hawái durante los devastadores incendios forestales de 2019; o cuando permaneció en silencio después de que una ex miembro del Partido Liberal acusara a un colega de haberla violado en una oficina ministerial en 2018 y que la formación política la presionara para que no lo denunciara.

Tampoco ayudaron a mejorar la caída de popularidad de Morrison los mensajes de sus compañeros de partido filtrados durante la campaña electoral. Lo acusaban de ser un “autócrata” y un “matón sin brújula moral”. Ahora se abre una nueva etapa con Albanese al frente de una de las potencias del Pacífico.

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